jueves, 19 de abril de 2012

No digas que fue un sueño.

El fugaz instante de lucidez se disipó… La reina regresaba al abandono, cubriéndose el rostro con las manos, tal vez en un intento de disimular que el llanto no la había abandonado.
-Ni siquiera la muerte es un consuelo -exclamó-. Empecé a construir mi tumba pensando que sería para dos amantes. ¡Qué soledad la de un sepulcro que ya sólo será mío!
-No estarás sola, mi reina. Todos tus antepasados te acompañarán en la larga noche de contar los años.
-¡Esta frase! Sólo un egipcio podría comprenderla. Y sólo un enamorado querría que fuese cierta.
-Cuando se cierra para siempre la losa de la tumba empieza para el difunto la noche que sólo puede terminar con el renacimiento. Y empezará a contar los años que faltan para alcanzarlo.
-¡Y he de contarlos sin Antonio! Descansaré entre reyes y reinas, príncipes y princesas y, presidiendo el ilustre cortejo, el cuerpo de Alejandro. ¡El gran fundador de la dinastía y tantos y tantos parientes excepcionales, destinados a mortificarme con su presencia para toda la eternidad! Deja en paz a los muertos, Sosígenes. Devuélveme a Antonio. ¿No ves que hasta en la muerte le necesito? Durante uno de nuestros viajes por el Nilo le llevé a conocer las tumbas de los reyes de Tebas. Y en una de ellas cogí su mano entre las mías y le dije: “Amarás Egipto cuando empieces a amar estas tumbas. En tu tierra quemáis a los muertos. En Egipto les damos mansiones de eternidad.” Y entre las tinieblas de aquel lugar santificado por los siglos, él me besó dulcemente y dijo: “En esta vida tuya, en esta larga noche de contar los años, quiero un lugar para mí. Que la eternidad sea para los dos o no sea de ninguno.”


Terenci Moix

jueves, 29 de marzo de 2012

Arden papeles en vez de niños.




5. Escribo a máquina por la noche, tarde, pensando en hoy. Qué bien hablábamos todos. Una lengua es un mapa de nuestros fracasos. Frederick Douglass escribía un inglés más puro que el de Milton. La gente sufre mucho cuando es pobre. Hay métodos pero no los usamos. Joan, que no sabía leer, hablaba una variante campesina del francés. Algunos de los sufrimientos son: es difícil decir la verdad; esto es América; no puedo tocarte ahora. En América sólo tenemos el tiempo presente. Estoy en peligro. Estás en peligro. Quemar libros no provoca sensación alguna en mí. Sé que duele quemar. Hay llamas de napalm en Catonsville, Maryland. Sé que duele quemar. La máquina de escribir está recalentada, mi boca arde, no puedo tocarte y éste es el lenguaje del opresor.


Adrienne Rich.

domingo, 19 de febrero de 2012

La desconocida.





En aquel tren, camino de Lisboa,
en el asiento contiguo, sin hablarte
-luego me arrepentí.
En Málaga, en un antro con luces
del color del crepúsculo, y los dos muy fumados,
y tú no me miraste.
De nuevo en aquel bar de Malasaña,
vestida de blanco, diosa de no sé
qué vicio o qué virtud.
En Sevilla, fascinado por tus ojos celestes
y tu melena negra, apoyada en la barra
de aquel sitio siniestro,
mirando fijamente -estarías bebida- el fondo de tu copa.
En Granada tus ojos eran grises
y me pediste fuego, y ya no te vi más,
y te estuve buscando.
O a la entrada del cine, en no sé dónde,
rodeada de gente que reía.
Y otra vez en Madrid, muy de noche,
cada cual esperando que pasase algún taxi
sin dirigirte incluso
ni una frase cortés, un inocente comentario...
En Córdoba, camino del hotel, cuando me preguntaste
por no sé qué lugar en yo no sé qué idioma,
y vi que te alejabas, y maldije la vida.
Innumerables veces, también,
en la imaginación, donde caminas
a veces junto a mí, sin saber qué decirnos.
Y sí, de pronto en algún bar
o llamando a mi puerta, confundida de piso,
apareces fugaz y cada vez distinta,
camino de tus mundos, donde yo no podré
tener memoria.



Felipe Benítez Reyes.

viernes, 17 de febrero de 2012

Cada mañana.


Cada mañana, Jaime Gil de Biedma
se muere en Barcelona,
                                           Shelley sube
a su barco en la costa de Italia,
                                                         Raymond Carver
escribe su poema sobre Antonio Machado.
Cada mañana
Stevenson se inventa La isla del tesoro,
Paul Moran sube a un tren,
                                                      Blaise Cendrars va en un barco,
Virgina Woilf camina
cerca de un río y Paul Eluard piensa de pronto:
-La tierra es azul como una naranja.
Del otro lado hay gente oscura que nos busca.
Del otro lado hay gente que llama a nuestra casa.
Hay gente que se acerca muy despacio a nosotros
igual que hombres con hachas caminando hacia un bosque.
Cada mañana es la última mañana de Pavese.
Cada mañana, Herman melville empieza Moby Dick,
Borges se mueve al fondo de los versos de Borges,
Pessoa lee desde dentro de mi a Pessoa.
Del otro lado hay gente que nos sigue.
Del otro lado hay manos que tiran de nosotros.
Gente que nos espera
En noches del tamaño de su miedo a la noche.
Rimbaud besa a Verlaine en un hotel de Francia,
a Steinbeck se le ocurre Las uvas de la ira,
a Vicente Huidobro le parece que escucha
la pequeña cascada que cuenta sus monedas.
Cada mañana
                           toco el oro de Jack London.
Cada noche
veo brillar la bala en el corazón de Lorca.
Cada día
me convierto en mis ojos,
                                               soy las cosas que escucho
como el hombre que tiembla es una parte del frío.
Cada mañana,
                           alguien lo descubre:
todo lo que está escrito pertenece al futuro.


Benjamín Prado.

miércoles, 8 de febrero de 2012

La ciudad, la tarde y tú.



Entre mis brazos estáis desnudas
la ciudad, la tarde y tú
vuestra claridad ilumina mi rostro
y también el olor de vuestros cabellos.
¿De quién son estos latidos
que baten bom bom y se confunden con nuestra respiración?
¿tuyos? ¿de la ciudad? ¿de la tarde?
¿o tal vez son míos?
¿Dónde termina la tarde dónde comienza la ciudad
dónde termina la ciudad dónde comienzas tú
dónde termino yo dónde comienzo?



Nazim Hikmet.

viernes, 3 de febrero de 2012

Nocturno de Brooklyn Bridge.





No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros. 


Federico García Lorca.